PRÓLOGO
PRESENTACIÓN
Seguimos con nuestra ilusión de reflejar, de la mejor manera posible, la vida en la Aldea a orillas del Virú, tal como se nos presenta, en el Manuscrito de Wayamara ("Estrella venida de lejos").
Por eso hemos comenzado una revisión —una vez más— de nuestro libro.
Hemos pensado recuperar algunos personajes y también nuevas situaciones. En las primeras ediciones lo habíamos descartado, al encontrar en el original una redacción muy confusa. La autora usa palabras obsoletas del castellano antiguo, y algunas abreviaturas especialmente enrevesadas.
Ahora, al no tener premura, hemos querido reflejar todo el Manuscrito. Tendremos tiempo, pues pretendemos publicarlo en breves Fascículos semanales: los domingos.
Nos proponemos hacer todo el esfuerzo necesario para pulir el lenguaje, buscando claridad y elegancia. Queremos mostrar el pensamiento de la autora del manuscrito, para que ella no se sienta traicionada, en su deseo de proporcionar todas las historias —hazañas y desgracias— de la vida de Mayu Kitilli (Aldea del Río).
Las conversaciones con Doña Claudia y Don Miguel Ladrón de Guevara, servirán para comprender mejor, los hechos narrados en el Manuscrito, al contar con los descubrimientos arqueológicos que —en estos últimos años— están dando muchos datos de aquellos tiempos.
También queremos recordar a nuestra perrita Ñusty, el día 27 de enero de 2022, a las 10.30 a.m. se durmió.
Fue una buena perrita, muy juguetona y muy sana. Murió de cáncer de mama, con un gran quiste, tan grande como su cabeza, que le dificultaba aún más moverse. Se fue sin dar guerra, no la dejamos sufrir. La recordaremos.
Sinopsis:
Unos turistas durante su viaje a Trujillo, en Perú, encuentran un manuscrito escrito por una de las primeras mestizas, hija de un capitán español. En la primera página se podía leer ("entregado al Escribano Real en 1563…").
Por primera vez, la verdadera historia de una Aldea de la orilla del río Virú, vería la luz. Sus tratos comerciales con pueblos de la zona. Los dramáticos encuentros con los imperios cercanos, los incaicos del Cusco, y Chimús de Chan Chan. Y el cambio social ocasionado por la presencia de los españoles.
A orillas del Virú, narra los hechos ocurridos en el Perú, desde el punto de vista, de los habitantes de una aldea sometida por los Incaicos.
Su grito de Libertad sigue resonado por la zona, hasta el extremo de ser, el nombre del Departamento peruano atravesado por el río Virú.
María Elena Obregón Quintana y Pedro García Carmona
Dedicado a Doña Emperatriz Quintana Viuda de Obregón al cumplir 90 años.
Cuando los soldados de Pizarro oyeron hablar a los habitantes de las orillas del río Virú diciendo:
—Las tierras más allá de ese río, están llenas de riquezas sin cuento.
Comenzaron a referirse al Virú como la meta de sus sueños. Poco se tardó en deformar la palabra Virú en Perú y por eso ahora se habla del Perú, y no de Perú, pues se está recordando al río Virú. Pocos países tienen un artículo en su nombre, apenas La Argentina y La India, cada una de ellos con una motivación muy específica.
Para poder ponerse en contacto con los autores facilitamos su dirección:
Si alguien considera hacemos un uso fraudulento de alguna imagen, le pedimos, nos lo comunique y la quitaremos. Gracias.
ÍNDICE
Fascículo 1º - Trujillo, 1563. Entrega del manuscrito.
Fascículo 2º - Continuación de la entrega.
Fascículo 3º - Viaje al Perú y a Trujillo. Enero 2008
Fascículo 4º - Llegada a Trujillo.
Fascículo 5º - Así comenzó Mayu Kitilli.
Fascículo 6º - Sobre los orígenes de la Aldea.
Fascículo 7º - Un día de dolor
Fascículo 8º - Construcción del nuevo Templo
Fascículo 9º - Elección de marido.
Fascículo 10º - La Vida Continúa.
Fascículo 11º - Ciudad de Trujillo- Día lunes
Fascículo 12º - Preparación de la Caravana.
Fascículo 13º - Caravana comercial a la Sierra.
Fascículo 14º - Caravana comercial los Baños.
Fascículo 15º - Incursión en Chan-Chan.
Fascículo 16º - Visitando Chan-Chan.
Fascículo 17º - Nos enfrentamos a los soldados.
Fascículo 18º - Los de Chan-Chan en la Aldea.
Fascículo 19º - Los incaicos en Chan-Chan.
Fascículo 20º - Ciudad de Trujillo, enero 2008
Fascículo - 1º
Trujillo, 1563. Entrega del manuscrito.
Me llamo Warayana, que en el idioma de mi Aldea, significa: “estrella venida de lejos”. Mi nombre proclama la realidad de mi nacimiento, pues soy hija de la Mama-coya Sulata y del soldado andaluz Diego de Villamayor.
Con frecuencia he escuchado afirmar a mis gentes, con toda verdad:
—Vemos en ti, la extraordinaria y misteriosa unión de nuestro río Virú y la lejana Andalucía.
A lo largo del Manuscrito debería hablar del “Ayllu”. Pero he traducido una y otra vez conscientemente —Ayllu por Mayu Kitilli (Aldea del Río)— pues refleja con más facilidad la verdad, después de la Conquista y además escribiendo en castellano; pero sin olvidar la pasada realidad, muy anterior a la llegada del Imperio Incaico y por supuesto de los españoles.
Desde tiempos antiguos cada Ayllu era el conjunto de familias vinculadas entre sí, por parentesco real o ficticio. Se consideraba descendiente de un antepasado común. Habitan la “Marka”, parcela de tierra, cultivada por todos los miembros del Ayllu, y lugar donde construyen las viviendas.
Nací, como la gran mayoría de los niños de mi Ayllu, dentro de las aguas del río Virú, siendo el Inca del Imperio: Huayna Capac, padre de Atahualpa y Huáscar. Y Kori, la Mama-coya de nuestra Aldea. En el año 1524 del nacimiento de Cristo.
Cuando en la actualidad, deambulo por los pueblos de estas tierras, (he vuelto a usar las ropas y adornos de las gentes de mi Aldea), vosotros veis en mí, a una de las muchas ancianas que —con ojos cansados— admiramos tantas cosas maravillosas, traídas por el paso del tiempo.
Yo no deseo alardear de mis poderes, pero tampoco me oculto, ni siquiera escondo los muchos secretos, atesorados a lo largo de los años por las sucesivas Mama-coyas, hasta formar un caudal de creencias y verdades: el resumen de nuestra sabiduría.
Después de numerosas conversaciones con varias personas de Mayu Kitilli (Aldea del Río); y de muchas reticencias y dudas por mi parte, he terminado aceptando el deber de facilitar, a quienes estén interesados, la oportunidad de conocer —de primera mano— nuestra forma de vida y nuestras costumbres.
Esta es la única razón de este Manuscrito.
Numerosos rumores falsos, están dando lugar a incontables engaños. Con insistencia la verdad se oculta con maledicencias. Tienen la clara intención de empequeñecer y hasta ignorar la importancia de nuestra Aldea en la historia, de aquellos tiempos anteriores a la llegada de los españoles a estas tierras.
Creo necesario dar comienzo a mi narración recordando. Cuando yo apenas tenía siete años, murió mi padre en un desgraciado accidente. Todavía me duele recordarlo. Este acontecimiento influyó grandemente. Cambió mi vida de una manera particular.
Tengo muchos y buenos recuerdos de mi padre, para mí siempre fue un hombre joven y muy guapo. Sobresalía —casi una cabeza— por encima de todos los varones de mi Aldea. Vestía a la usanza de nuestro pueblo, aunque nada más ver su cara, cubierta por una poblada barba, nos mostraba, constantemente, su condición de forastero.
A mí siempre me pareció muy hábil montando el caballito de totora, pues estaba muy acostumbrado a navegar. Pero una mañana, cuando junto con otros estaba pescando, rodearon a un grupo numeroso de atunes, especialmente belicosos. Estos se revolvieron y en el fragor de la lucha, hirieron a varios pescadores. Mi padre sufrió numerosas mordeduras, algunas en el cuello, y golpes contundentes; le causaron heridas graves y murió después de una dolorosa y larga agonía.
Cuando volvía a Mayu Kitilli (Aldea del Río) para celebrar el Plenilunio, él siempre estaba muy atento y cariñoso conmigo, yo le acompañaba por toda la Aldea. Me gustaba enredar en su barba, cuando me llevaba sobre sus hombros, corriendo hacia el río por el Bosque de los Algarrobos. Mi madre, con frecuencia me recuerda, su deseo de tener muchos más hijos.
Fascículo - 2º
Trujillo, 1563
Pasaron algunos años desde la trágica muerte de mi padre. Mi madre empezó a pensar cada vez con más insistencia —atendiendo al consejo de mi abuela— en la conveniencia de hacer de mí, alguien experto, que dominara plenamente: el idioma y la cultura de los españoles. Así sería una futura Mama-coya capaz de relacionar mejor, a nuestra Aldea, con los nuevos poderosos.
En los últimos años, todos estábamos dominados por el pánico, pues con asombro veíamos desmoronarse el gran Imperio incaico. Por supuesto, los recién llegados, habían venido para quedarse en nuestras tierras. Ya casi nadie dudaba que dominarían por completo el Tahuantinsuyo.
De todas partes nos llegaban noticias de rebeliones, y de batallas perdidas por los incaicos, pues, a los pocos españoles, se les unían muchedumbres de guerreros, cañaris, chachapoyas e incluso chimús.
Se rumoreaba también de un general cuzqueño que, junto con sus soldados, ayudaba a los españoles. Pues con razón consideraba a Atahualpa —muerto recientemente— el causante de la destrucción del Cusco, fortaleza de su hermanastro Huáscar, por tanto, favorecía a los castellanos frente a los restos del ejército de Atahualpa. Estaban todos contra todos. Maravillosa circunstancia para el desastre.
Ya tenía diez años, y no parecía encontrarse la oportunidad para hacer realidad, mi marcha a la cercana Trujillo, y poder conocer mejor, la cultura de mi padre. Se había hablado con frecuencia del asunto, y desde hacía varios Killa hunta (Plenilunios), el dictamen ya estaba decidido, hasta el extremo de haber celebrado, el ritual de mi despedida en el Templo, con bailes y un gran banquete.
Por fin, me enfrenté al acontecimiento: abandonaría por primera vez mi Aldea. Al recordarlo ahora, no puedo ocultar el desgarro doloroso de mi corazón. La última tarde, junto con otros jóvenes, marché a nadar al Virú, entre miradas y silencios, me fui despidiendo, sin saber cuanto tiempo estaría alejada del río y de ellos.
A media mañana, nos pusimos en marcha. Mi madre me acompañaría hasta la ciudad de Trujillo. El viaje me resultó largo y mis pasos eran lentos y cargados de recuerdos. En varias ocasiones descansamos, demorando la marcha, y cuando llegó la noche nos detuvimos bajo un bosquecillo de Poncianas.
Por las informaciones recibidas, nos quedaba un trecho de caminata. A la luz de la fogata tuvimos varios momentos de silencio, pero otros muchos de consejos. Por mi parte brotaban, sobre todo, sentimientos de pérdida: una familia, amistades, Mayu Kitilli, un río: el Virú…
Esta sensación se intensificó, al divisar las primeras casas de la ciudad de Trujillo; me asaltó una repentina abundancia de nuevos olores, colores y sonidos, sofocando a todos los que —hasta ese día— habían llenado mi vida.
Avanzamos por las calles de la ciudad, encaminándonos a la Plaza Mayor, mi madre comenzó a preguntar a las gentes por el Alcalde-Corregidor. Cuando comunicaba su intención de ser recibida en audiencia, algunas mujeres hacían comentarios festivos, burlones y hasta de rechazo.
Con facilidad encontramos la casa donde vivía, al ser una de las casonas más grandes de la Plaza. A la puerta nos apostamos, yo pronto terminé sentada en el suelo, un tanto asombrada ante la indiferencia de las gentes, tratando a mi madre, nadie parecía saber su condición de Mama-coya de mi Aldea. Ella no dejaba de preguntar a cuantos entraban o salían:
—¿Está el Alcalde? ¿Nos puede recibir?. Somos la esposa y la hija de un capitán español.
Transcurrió el tiempo y ya sería media tarde, cuando pasó a nuestro lado un Alguacil, llevando preso a un español, pobremente vestido. Nos miró, fijándose especialmente en mi madre, dando señales de conocerla, pero siguió adelante para cumplir su misión.
Al rato salió y acercándose, nos invitó a entrar con amabilidad. Le seguimos mientras nos hablaba de mi padre, de quien recordaba haber sido compañero de navegación, y gran amigo. Nos acompañó hasta una sala, llena de cajones de madera, muy oscura y maloliente.
Junto al ventanuco, una pequeña mesa centró nuestra atención, sobre ella, varias velas encendidas rompían —un poco— la penumbra de la estancia. Sentado, vislumbré la silueta de un español, enfrascado en la lectura de unos documentos. Al percibir nuestra presencia, levantó la vista con mirada inquisitiva. Casi con brusquedad, nos comunicó:
—Yo no soy el Señor Alcalde-Corregidor, pero si su Teniente Secretario ¿Cuál es vuestra demanda para importunar a su Excelencia?
Era un personaje de similar autoridad a la del Corregidor, en todo lo referente a las relaciones entre los españoles y los nativos.
Parecía como si a lo largo del día, en aquellas oficinas, se hubiera rumoreado con insistencia: las mujeres de la puerta, vienen a poner algún pleito contra un capitán castellano. Casi siempre los nativos los acusaban de robos, engaños, promesas incumplidas. Entre los originarios, era experiencia generalizada, ver con frecuencia como los españoles se creían —con razón— inmunes ante sus fechorías.
Por eso, todos los presentes, se admiraron al escuchar la petición de mi madre, la Mama-coya Sulata:
—Esta niña —dijo señalándome— es la única hija legítima del Capitán Diego de Villamayor. En nuestra Aldea nos ha parecido fundamental, que ella conozca y asimile, el idioma y la cultura de su difunto padre; de este modo, en el futuro, serán más fáciles, las relaciones entre nuestro pueblo y los españoles: ella está destinada a ser la Mama-coya.
A todos les pareció sensata y muy cabal nuestra petición, no por eso sería sencillo hacerla realidad.
Pero fue sorprendente, cómo el asunto se resolvió. El Alguacil con quien entramos afirmó conocer de antiguo a mi padre, y le tenía en gran estima. Se acercó hasta la mesa del Teniente Secretario y le susurró:
—Pido permiso a Vuecencia, para acoger a esta chica en mi casa y facilitar su formación. Entre otras razones, tengo algunas deudas de gratitud con su difunto padre, le conocí compartiendo varias campañas de conquista, cuando vinimos a estas tierras.
Luego le perdí de vista, sin embargo, me llegó la noticia del naufragio sufrido cuando, enviado por Don Francisco Pizarro, iba camino de Panamá, con la misión de reclutar más soldados, para la campaña.
Hace poco, con ocasión de pasar por Mayu Kitilli (Aldea del Río) para capturar a un español huido, acusado de robo y asesinato, encontré a Don Diego de Villamayor con esta mujer, me la presentó como su esposa. Tiempo después, me llegó información de su muerte y ahora, se me ofrece la oportunidad de ayudar a su hija, y deseo hacerlo por gratitud a su padre.
Luego de una rápida cavilación, y de mirarme con detenimiento y dubitativo, pues yo me había presentado vestida a la usanza de mi pueblo, el Teniente-Secretario se lo concedió, pidiéndole ser informado con frecuencia sobre el asunto.
Cuando Don Andrés, el Alguacil, terminó sus diligencias en la Audiencia, me llevó hasta su casa, en todo momento estuve protegida por mi madre.
Le acompañamos ilusionadas y a la vez temerosas ante lo desconocido. Después de callejear por Trujillo llegamos a su casa, estaba a mitad de una pequeña calle, casi toda ya empedrada.
Entramos y nos presentó. Explicó a su esposa —someramente— las circunstancias de mi vida. Tenía prisa para volver, a sus quehaceres, y nos dejó con Doña Angélica. Una mujer joven con el rostro y las manos muy blancas, el pelo casi rubio y unos ojos dulces pero de mirada enérgica y entusiasta. Desde el primer momento nos miramos a los ojos —entre nosotras no era muy grande la diferencia de edad— congeniamos con facilidad, con el tiempo, nos resultó sencillo descubrirnos los pensamientos, casi sin hablar. Siempre mi padre me había platicado en su idioma, yo lo conocía bastante bien.
La casa era —por lo menos— unas cuatro veces más espaciosa, que la mayoría de las viviendas de mi Aldea, pero mucho más oscura. Por las pequeñas ventanas apenas entraba la luz y algunas habitaciones hasta carecían de ellas. No solo esta casa, si no todo, daba sensación de provisionalidad. La localidad se estaba construyendo a semejanza de las ciudades de España —con paredes de piedra y techos de tejas— y desde el principio parecía claro: sería una ciudad principal en esa parte del mundo. Sin embargo, las conversaciones de la mayoría de los habitantes, seguían girando en torno al deseo de continuar la marcha.
Hablaban de ir hacia el Cuzco o a otros destinos como la incipiente Ciudad de los Reyes, fundada por Pizarro unos años antes —en 1535— como la capital del Virreinato. Ya empezaba a llamarse: Lima. El nombre de la antigua aldea donde se edificó la nueva. Casi todos los habitantes de Trujillo querían marchar, pues a su juicio, sería más provechoso para su honor y su bolsa, vivir en las ciudades más importantes.
En el patio, bajo un gran algarrobo, mi madre intentó platicar de largo con Doña Angélica, recordaba muchas palabras usadas, conversando con su marido. Alguna vez recuerdo, como mi padre nos aseguró:
—Saber castellano os será muy útil en el futuro.
Y en ese momento se presentó la ocasión. Así nos enteramos —no sin asombro— como Doña Angélica había llegado desde Segovia, hacía apenas dos años, junto con un grupo de mujeres de España. Era el deseo de la Reina de Castilla, Doña Isabel, enviarlas para matrimoniar con los castellanos. De esta manera protegería a las mujeres nativas, pues con demasiada facilidad, sufrían violaciones por parte de los españoles, solteros y con frecuencia envilecidos.
Me dejó mi madre, con esta familia de Trujillo: casi cinco años. Fue un tiempo bastante feliz, aunque las primeras semanas añoraba, una y otra vez, mi existencia en la Aldea y a mi familia.
Mi vida había cambiado radicalmente, estaba acostumbrada a vivir en compañía de otros niños: alrededor del río, marchando a las Cascadas, a por barro, cazando cañanes, alimentando a las vicuñas. Ahora casi no salíamos a la calle, siempre estábamos —nosotras dos solas— en el patio interior con el gran algarrobo y la compañía del trinar de los ruidosos pájaros.
Por todas partes, unos cuencos de barro contenían tierra, en ellos había cultivadas, infinidad de plantas con flores. Una tarde a la semana, con un pequeño cántaro, las regaba, mientras yo, admiraba aquellas maravillas desconocidas para mí.
—En muchos de los viajes —en una ocasión me explicó— traen semillas de España, las venden en el mercado, y yo las compro. Me recuerdan a mi tierra y alegran todo el patio.
Al llegar el domingo, cuando Doña Angélica, con su esposo, fueron a la iglesia para asistir a la Misa, me quede sola. El siguiente domingo decidí acudir a la ceremonia con ellos.
—No tienes obligación de ir —me insistió ella, sobre todo al principio— pues no eres cristiana.
Pero yo estaba dispuesta conocer, lo mejor posible, la cultura de los españoles, además deseaba salir a la calle.
De aquella familia no solamente aprendí la nueva religión, sino también sus tradiciones y costumbres, y hasta la manera de pensar y vivir. Llegué a leer y escribir y por supuesto dominar completamente su idioma.
En este documento se recogen los acontecimientos narrados por mis abuelos: la Mama-coya Kori ("Mujer valiosa") y su marido Kinu ("Hombre vivaz"), sobre la historia de mi pueblo y algunos de los momentos más extraordinarios.
Al escribir en castellano siento el temor de traicionar —sin querer— la profunda verdad de los hechos narrados, pues les privo de la armonía, el ritmo y la vida de los acontecimientos, como yo los he escuchado de boca de los narradores.
Además, en mi pueblo, no hay narraciones escritas de los hechos ocurridos, solo recuerdos orales, nunca hemos tenido necesidad de escribir. Para recordar números y algunos hechos nos basta los quipus. Esta es una de las razones más poderosas, para resistirme tanto, a llevar a cabo este menester. Aunque cada vez veía, con más claridad, mi obligación de plasmar estas narraciones, pues no deben quedar en el olvido.
Ya empiezo a sentir el frío de la vejez en mi cuerpo, y a mi alrededor muchos jóvenes, están relegando nuestro idioma y tergiversando nuestra historia por ignorancia.
Pertenezco a una aldea conquistada en repetidas ocasiones a lo largo del tiempo; habíamos sentido la prepotencia de otros pueblos más poderosos. De ellos recibimos muchas cosas buenas, pero —con el paso del tiempo— tuvimos, al sentir su crueldad, la necesidad de liberarnos. Tantas atrocidades no podíamos seguir soportando.
Gritamos: ¡LIBERTAD! Cuando aliados con los incaicos, nos sacudimos el yugo terrorífico de los Señores de Chan-Chan.
Gritamos: ¡LIBERTAD! En el momento de librarnos, con la ayuda de los españoles, del poder aplastante del Inca.
¿Volveremos a gritar: ¡LIBERTAD!? ¿Cuándo con nuestras propias fuerzas nos veamos obligados a enfrentarnos a los españoles?
Los de Chan-Chan vinieron del norte, más allá del río Manta, fundaron un reino en el río Moche y nos trajeron su religión, la división de clases sociales, la burocracia y … Su crueldad.
Los Incaicos vinieron del sur, del Lago Titicaca, fundaron un reino en el Cusco y nos trajeron su religión, sus conocimientos astronómicos, el calendario, su organización social, su idioma y ... Su crueldad.
Los Españoles vinieron de mucho más lejos y también nos trajeron su religión, la rueda, la pólvora, el caballo, su idioma y ... Su crueldad.
Después de todo lo escuchado, visto y vivido, no sé: ¿quién nos hizo mayor bien?, ¿a quiénes debemos estar más agradecidos?. Porque, a pesar del daño causado, todos nos han traído su cultura, han abierto nuestras mentes, a nuevas verdades enriquecedoras.
Tantas veces su presencia nos ha causado sufrimiento, pero a nadie le puede extrañar: nuestra realidad actual ha surgido del dolor, como todos nacemos, tras la angustia de un parto.
En la lejanía del tiempo, deseo que mis palabras os den suficiente información, para poder juzgar con conocimiento los hechos, tal y como nosotros los vivimos.
Junto con el manuscrito (donde he escrito las distintas narraciones orales escuchadas a los protagonistas) entrego esta carta.
Todo lo firmo, de mi puño y letra, ante el Escribano Real, en Trujillo a 1563.
Fascículo - 3º
2. Viaje al Perú y a Trujillo. Enero 2008
Aquel viernes de mediados de enero, a miles de pies de altura, el avión de Iberia IB 6653, volaba sobre la jungla del Amazonas, rodeado de un mar de nubes; aunque en algunos momentos, se podía vislumbrar el verde intenso de la selva, y hasta se llegaba a intuir el amplio cauce del gran río.
Llevaban muchas horas de viaje desde Madrid. Como era un vuelo económico, la salida había sido de madrugada y se vieron obligados a cambiar de avión en Caracas, después de permanecer varias horas, en esa ciudad, sin abandonar el aeropuerto. Los pasajeros dormitaban o conversaban.
Como siempre al inicio del viaje, en este caso —para ellos— por tercera vez, al salir de Las Palmas, de Madrid y ahora de Caracas, las azafatas se distribuyeron por los pasillos, y pidieron atención a las instrucciones sobre seguridad. Las reacciones de los pasajeros fueron muy diversas. Unos tal vez pensaban: como ocurra un accidente, todas esas normas son inútiles; otros las habían oído tantas veces que hasta creen, ya las conocen demasiado. Algunos parecen no querer saber nada de la posibilidad de utilizar los salvavidas. Otros casi mostraban desprecio al trabajo de las azafatas, enfrascándose en la lectura de algún periódico. Los menos atienden con atención, supieran las normas o no, mostrando el respeto oportuno a aquellas profesionales, cuando están cumpliendo un deber y parecen ser ignoradas.
Como en todos los viajes, cada pasajero tenía sus propias motivaciones, algunos volvían después de años, con la intención de ver a sus familiares, otros iban por primera vez con intereses laborales o de ocio.
Para Rosa y su esposo Juan, era su tercer viaje por motivos familiares. Años atrás, Rosa llegó a España desde Lima. Traía el propósito de estudiar y trabajar y eso hizo, pero había dejado a toda su familia muy lejos. Después de varios años, volvía una vez más acompañada por su esposo.
Juan había aprendido a percibir la fascinación por una familia y un país, cada vez se sentía más unido e interesado, particularmente por la historia y la cultura peruana.
Su íntimo deseo era mirar y remirar a las personas, pero también los paisajes y los edificios. En las personas encontraría el presente de la realidad peruana, mientras los edificios y paisajes le mostraría la esencia de la peruanidad, de sus raíces profundas. De eso y de otras cosas hablaban, cuando la voz de una azafata les llenó de alegría:
—Por favor. Ocupen sus asientos y pónganse los cinturones. En unos minutos iniciaremos las maniobras de aproximación, al aeropuerto Internacional Jorge Chávez de Lima. La temperatura es de 14º y el cielo está brumoso.
A los tres días de llegar se reunieron con Adela —una de sus amigas— la conocía desde hacía muchos años, había trabajado con ella antes de su marcha del Perú. La tarde era apacible, pero calurosa. Tomando unas mazamorras moradas en el Restaurante Cachito, en la Plaza de Armas. Adela les dijo:
—Desde hace un tiempo quiero ir a Trujillo, no obstante no encuentro el momento adecuado. Vuestra visita puede ser la ocasión más oportuna.
Adela había nacido en esa ciudad del norte del Perú, pero hacía muchos años no la visitaba, pese a tener allí una hermana casada y varios sobrinos.
—Si me acompañáis, puedo ser vuestro cicerone, aunque hace ya mucho tiempo de mi última visita a Trujillo. Todavía me acuerdo de algunas cosas, aunque sea con ojos de niña, y me haría mucha ilusión ir con vosotros.
Adela era una mujer animosa, llena de vitalidad, con el pelo ensortijado; pese a su edad lo mantenía totalmente azabache. Rasgos finos y modales exquisitos, jubilada recientemente, se conservaba en plena forma, con sus múltiples ocupaciones.
—Rosa, lo sé de sobra: has venido para estar con tu madre y hermanos en Lima. Pero la excursión a Trujillo os dará una visión más amplia, pues ni tú, ni tu esposo, habéis salido de Lima en los anteriores viajes. Juan no conoce nada del Perú y si hacemos el recorrido en bus, podréis ver los paisajes, sentir los cambios de temperatura, ver como se deja el verano para llegar a la Ciudad de la eterna primavera.
—La verdad —apuntó Juan— me haría mucha ilusión, podemos hacer una escapada de unos pocos días. A mí me gustaría conocer Trujillo y los paisajes del camino. ¿Cuánto se tarda en bus?
—Seis o siete horas, creo se demora —aclaró Adela— Pero lo mejor será informarnos en una Agencia de Viajes. Viniendo para acá, he visto varias en donde preguntar.
Al terminar se encaminaron a la cercana calle Jirón Huallaga No. 160, en la Agencia AmuyViajes, les informaron, con un folleto de paisajes impresionantes, sobre las opciones del viaje hasta Trujillo.
Viaje a Trujillo.
Sobre las cuatro de la tarde del día sábado, partieron de Lima en un bus moderno y cuidado. Juan se sorprendió al verlo, pues en comparación con los buses urbanos, en su mayoría viejos y desastrados, ruidosos y malolientes, este parecía pertenecer al otro Perú, el Perú de las grandes montañas y los ríos habladores.
A lo largo del trayecto hicieron varias paradas, aprovechando para estirar las piernas. En varias de ellas les sorprendió la subida de algunos vendedores, a ofrecer sus mercancías, comida y bebida: mazamorra, choclo cocido, tamales y objetos de bisutería.
Casi todo el trayecto, Adela y Rosa se sentaron en la tercera fila de la izquierda, tenían mucho de qué hablar.
—Acabamos de abandonar la Panamericana —dijo Adela— nos desviamos por el Serpentín de Pasamayo, una carretera especialmente peligrosa. Debe ahorrar unos cuantos kilómetros, porque muchos camiones y buses la toman. En algunos tramos no hay ni quitamiedos. ¡Menos mal es mediodía y no hay niebla!.
Al otro lado del pasillo, en esa misma fila, se sentaba Juan, con una señora trujillana, muy aficionada a la plática, y entusiasta de su ciudad.
—¿Usted no es del Perú?, lo veo en su cara y en sus pocas palabras ¿Me equivoco?.
—No se equivoca, parece fácil reconocerme, pues usted no es la primera en preguntámelo, vengo con mi esposa desde España y vamos a conocer un poco Trujillo.
—Hay mucho para admirar en mi ciudad. ¿Cuánto día van a visitarnos?
—Creo serán tres o cuatro días, pues hemos de volver a Lima, solo tenemos tres semanas antes de marchar de vuelta a España.
—Le aseguro: para vivir el todo-Trujillo son muy pocos días. Fue capital provisional de Perú durante la Independencia, pero terminó cediendo la capitalidad a Lima. Entre todas las visitas, espero no se pierdan el espectáculo de las Marineras. Durante mucho tiempo se le llamó baile del pañuelito. Sin embargo, un periodista y músico peruano —el Tunante le decían— las empezó a llamar Marineras, en honor a nuestro ejército naval, por unas batallas ganadas por nuestra Marina a Chile. Y también por la semejanza entre las olas del mar y los movimientos, realizado por la bailarina con su vestido y su cuerpo.
Ustedes tienen la suerte de llegar cuando se celebra el Festival de Marineras. Yo, todos los años, procuro volver de Lima, a mediados de enero, para asistir a los actos organizados por el Club Libertad de Trujillo, un club futbolístico. Hace un tiempo, tuvo la iniciativa de montar todos los años el Festival de Marineras, desde entonces no ha dejado de crecer, en número de participantes y espectadores, no solo peruanos sino también extranjeros.
En este baile se danza por parejas, el hombre generalmente calzado, trata de conquistar a la dama, efectuando el cortejo con el fin de enamorarla. En cambio, la mujer danza descalza simulando a las campesinas, con el tiempo se les endurecen las plantas de los pies y pueden bailar sobre cualquier superficie —arena ardiente o asfalto recalentado— eso es para ellas motivo de orgullo.
Los movimientos son sencillos, pero elegantes, los pies, los brazos y las manos tienen gran importancia, destacando el uso de un pañuelo en la mano. No hace tanto se empezó a bailar una versión mucho más vistosa: el hombre monta en el caballo peruano de paso, y con movimientos muy acompasados corteja a la dama: descalza y a pie.
Aquí queda mucho más clara la intención, la campesina acosada por el chalán a caballo, ella en el juego —lo rehúye y lo acepta— con su mirada melosa y provocativa. Como usted verá soy bastante aficionada a las Marineras. Pero tampoco se pueden perder las ruinas de Chan Chan y otros sitios arqueológicos, muy cercanos a Trujillo.
Fascículo - 4º
Llegada a Trujillo
Como el camino fue largo, en algunas paradas, cambiaron de asientos y de parejas de conversación.
Pasaron por las Salinas de Huacho. Luego, por un desvío, llegaron a los restos arqueológicos de Caral, considerada la ciudad más antigua de América. Después de atravesar el pueblo de Pativilca, con apenas 2.000 habitantes, Doña Dalia se dirigió a Juan:
—Mire, allá a lo lejos, se divisa la Fortaleza de Paramonga, una imponente pirámide escalonada, hecha de adobe. Podría ser un fuerte militar señalando, el límite sur, del reino del Gran Chimú, cuya capital era Chan Chan.
Por fin salieron del Departamento Lima para entrar a Ancash, comenzaron un recorrido largo, por el desierto y las dunas, pasaron playas, hasta sentir en el ambiente un tufo penetrante.
—Doña Dalia, ¿sabe por qué es este olor tan intenso a pescado podrido?
—Si, por supuesto, estamos llegados a Chimbote, uno de los puertos pesqueros más importantes del país, esa es una de las consecuencias.
Después de pasar el valle del río Santa, entraron por diversos túneles y atravesando el Cañón del Pato. Cruzaron el río, uno de los más grandes de la costa peruana y el caserío de San Juanito. Se adentraron en las Pampas de Virú, y superaron el río de ese nombre. Comenzaron un largo trecho, la Panamericana era una línea recta, hasta llegar a un desvío, tomándolo les llevó al Puerto de Salaverry. Al pasar esa ciudad, encontraron un cruce donde grandes señales, anunciaban las Huacas del Sol y La Luna, centros ceremoniales mochicas.
A los pocos kilómetros un nuevo desvío: a la izquierda la carretera al puerto y playa de Huanchaco y la ciudadela de Chan Chan, a la derecha Laredo. Al llegar al kilómetro 564 empezaron los arrabales de la ciudad de Trujillo.
Durante las casi ocho horas viajando por la Panamericana Norte, vieron la maravilla del atardecer sobre el Pacífico. El sol se fue acercando al horizonte, sembrando de sangre las nubes perezosas, hasta quedar medio enterrado en el mar, dibujando un largo camino hacia la costa. Se habían sucedido parajes desérticos, interrumpidos por los valles floridos de los ríos: Salta, Virú y Moche. En este último se encuentra la ciudad de Trujillo, a la que por fin llegaron, bastante agotados.
Eran las 12 de la noche y comenzaba el domingo. Se alojaron en el Hotel Libertador, situado en una de las más importantes casonas históricas, allá habían reservado plaza por e-mail. Cuando entraron en su habitación -en la segunda planta- Juan y Rosa, vieron por la ventana las luces de la Plaza de Armas. En el centro, la Estatua de la Libertad, (de un escultor alemán, les habían dicho en el Hall del Hotel), destacaba rodeada de luces y con una verja de protección, papeleras metálicas y bancos.
Aunque era muy tarde, todavía algunos trujillanos conversaban sentados en los bancos o paseaban, pero a Rosa y Juan, les venció el cansancio y, después de unos momentos contemplando el espectáculo, cerraron la ventana y corrieron las cortinas. Al ser un edificio antiguo —con gruesas paredes— el bullicio del exterior llegaba muy amortiguado, y rápidamente se durmieron.
Como habían pedido en Recepción, después de unas horas, les llamaron por teléfono, eran las 7 de la mañana. Se levantaron y con prisa se alistaron, querían aprovechar el poco tiempo disponible. Se reunieron en el comedor con Adela: desayuno continental y primeras programaciones de actividades.
—En Trujillo y en la periferia, hay tres focos históricos —comentó Adela— en tan solo 10 kilómetros y formando un triángulo: la ciudad de Chan-Chan (de la cultura Chimú), la ciudadela de Trujillo (fundada por Almagro) y la Huaca del Sol y Huaca de la Luna (de la cultura Mochica). Podemos empezar por la ciudad de los españoles, de hecho residimos en ella.
Sin rumbo fijo, deambularon por las calles de la primitiva ciudadela de Trujillo, la actual Avenida España, sigue el trazado de la antigua muralla, edificada cuando los ataques de los piratas se hicieron frecuentes, realmente la ciudad se encuentra muy cerca del mar. A las 11 de la mañana asistieron a misa en la Catedral.
—Como seguro os dais cuenta —se defendió Adela— esta Basílica no es el edificio original. Esa placa sobre resume su historia: La primera Catedral fue destruida por el devastador terremoto del 14 de febrero de 1619. Años después, otro sismo la arruinó otra vez. En 1967 fue elevada a la categoría de "Basílica menor" por el papa Pablo VI. Tres años más tarde, en 1970, la estructura fue víctima de un tercer terremoto, causando graves deterioros, derribando el campanario y la cúpula, al caer dañó el retablo mayor. En esta ocasión se tardaron dos décadas en arreglar completamente la estructura.
En un ambiente dominguero, la Catedral se llenó de fieles abarrotando la nave, y al terminar la ceremonia, los asistentes se desparramaron por la plaza de Armas, llenándose del bullicio de los niños.
Ellos también salieron, deambulando pausadamente por el Jirón Independencia, lleno de viandantes al ser día de fiesta.
Adela les habló del café bar "Angelmira", también conocido como Museo de Juguete ubicado en la esquina del Jirón Junín, lo recordaba de su infancia. A dos cuadras de la Plaza de Armas, se encuentra en una casona colonial color celeste. Entraron y pidieron unas Inka-Colas. Una camarera, muy amable, les informó:
—Subiendo por aquella escalera se llega al Museo del Juguete, acaba de inaugurarse una zona nueva con juguetes donados por una familia de Trujillo. En esa sala están distribuidos según las edades de los niños, por esos se mezclan de distintas épocas, hay algunos muy antiguos, muy pocos son modernos.
Ante nuestras caras de interés y escepticismo, continuó.
—Es el primero museo de ese tipo en Sudamérica —afirmó con convicción— Es una magnífica colección privada, propiedad del pintor Gerardo Chávez. Contiene juguetes de muchas partes del mundo y también, algunos del período prehispánico peruano.
Por una estrecha escalera, subieron a la planta alta, donde encontraron el peculiar museo, ocupando las estancias de la antigua casona.
Así, admirando aquellos objetos infantiles, se les hizo la hora de la comida y decidieron volver al Hotel.
Encontraron el restaurante casi lleno de comensales pero con algunas mesas vacías. Un camarero les acompañó y les entregó la Carta, aprovechando para explicarles el Menú del Día:
Aperitivo: Pisco sour
Entrante: Papas a la huancaína, están cocinadas con papas amarillas, ají, leche y pan.
Segundo: Olluquito con charqui, tiene dos ingredientes exclusivamente peruanos: olluco, un tipo de papa propia de los Andes y charqui, carne seca de llama o alpaca.
Postre: Mazamorra morada, elaborada con maíz morado, manzana, guindas y camote.
—A mí —se adelantó Juan— me apetece ese menú, así degustaré platos típicos.
Adela y Rosa estuvieron de acuerdo y pidieron lo mismo.
En aquella larga conversación de sobremesa, Adela comentó:
—Cuando pensaba venir a Trujillo, una de mis ilusiones era buscar, en los archivos del municipio, la verdad sobre un rumor familiar: una de mis bisabuelas vino de España, y se casó con un peruano de sangre mochica. Eso se comenta ente nosotros, pero nadie tuvo nunca seguridad.
—Pues mañana podemos buscar —dijo Juan— ¿Sabes dónde se puede encontrar esa información?
—No tengo ni idea —se quejó Adela— tal vez podríamos preguntar, en primer lugar, en la Municipalidad. También es posible localizar algo en el archivo de la Catedral. ¡En algún sitio se podrá encontrar esa información!
Aquella tarde, por ser domingo, no pudieron hacer ninguna gestión, por eso Adela propuso visitar la ciudad de Chan-Chan. Se decidieron y en la Avenida de España tomaron un taxi, era el sistema más fácil, esas ruinas están a 7 kilómetros del centro de Trujillo.
Al llegar a la puerta del Complejo Arqueológico, se encontraron rodeados por un grupo grande —de turistas extranjeros— la mayoría eran norteamericanos, dando lugar un pequeño tumulto. Con voz profesional, la guía explicaba en inglés:
—La reduplicación de una palabra, en el idioma chimú, era la manera de reforzar su significado, en este caso "Sol Sol" es como decir Gran Sol. La ciudad está formada por nueve ciudadelas o pequeñas ciudades amuralladas, construidas todas solamente de adobe sobre cimientos de piedra. Causa asombro, especialmente, la cantidad y variedad de muros, todos adornados con altorrelieves. Los hicieron usando moldes y los motivos decorativos más frecuentes son figuras geométricas, pero también las imágenes de peces y aves.
Dentro de la ciudadela contrataron un guía. Los llevó, caminando por las antiguas calles de la ciudad. Escuchando con atención, especialmente cuando les llevó a la zona de los guardianes:
—Estas esculturas —les explicó— de 70 centímetros de altura y unos 800 años de antigüedad. Parece tenían la función de guardianes y fueron encontradas en 20 nichos situados en la entrada del conjunto amurallado, al norte de Chan-Chan. Cada escultura está en pie y llevan un cetro en las manos. Según los arqueólogos, podrían pertenecer a la etapa media, entre los años 1100 y 1300 d.c., y hablamos de las esculturas, encontradas aquí, más antiguas.
Este centro urbano prehispánico es la ciudad de barro más grande de América prehispánica. Declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1986.
DÍA LUNES (Mañana) Ciudad de Trujillo, enero 2008
Muy temprano visitaron la Biblioteca-Archivo del Palacio Municipal. Allá, entre cientos de escrituras de propiedad y testamentos, encontraron, también, numerosas Partidas de Bautismo de las primeras parroquias y —lo más llamativo— había hasta algunos manuscritos de crónicas de la época de la conquista.
Por casualidad se fijaron en uno de ellos, les llamó grandemente la atención. Parecía tratarse de una narración extraordinaria, escrita por una testigo de la época de la llegada de los españoles. La escritora, decía llamarse Wayamara, y recogía las antiguas narraciones orales de su pueblo.
Después de leerlo atentamente durante un rato, Juan preguntó a Rosa.
—¿Alguien habrá editado este manuscrito?
—No tengo ni idea —le respondió lógicamente Rosa— pero me parece muy interesante, si no lo han publicado merece serlo. Respetando su estilo, su contenido y por supuesto el propósito de su escritora. Modernizando un poco el lenguaje, pues resulta a veces muy difícil de entender, con tantas palabras antiguas y algunas abreviaturas extrañas que detiene la lectura, hasta saber lo abreviado.
Buscaron al encargado de la Biblioteca. Juan, acercándose a su mesa, le pidió:
—Nos gustaría hacer fotocopias o fotografías de este manuscrito. ¿Hay algún problema?
—No creo —le dijo después de pensarlo un poco— halla problema en fotografiarlo, las fotocopias pueden ser mucho más caras y acá no tenemos ese aparato, deberían salir fuera y eso sí es imposible.
Dejaron a Adela investigando sobre su bisabuela. Entre sus manos tenían algo muy importante, aunque les empezaron a surgir algunas dudas. De nuevo se acercaron al Bibliotecario.
—¿Conoce usted a alguien —preguntó Rosa— que nos pueda informar sobre este Manuscrito?
El bibliotecario, a todas luces interesado por el hallazgo, les dijo:
—No es fácil saber —después de reflexionar un poco, continuó— Por aquí vino durante un tiempo, para hacer un trabajo de investigación, un catedrático jubilado de la universidad, se llama Don Miguel Ladrón de Guevara. Veremos si puedo ponerme en contacto con él. En su Ficha de Investigador, es casi seguro estará su número de teléfono, esperen un momento, buscaré en el archivo.
Cuando se quedaron solos, descubrieron casi agotada la memoria de la cámara digital. El día anterior habían hecho numerosas fotografías, en la visita a Chan-Chan. Olvidaron vaciar la cámara en el computador, apenas pudieron hacer catorce fotos del manuscrito.
Un rato después, el Bibliotecario se acercó a la mesa donde estaban trabajando, con una gran noticia:
—Me he permitido llamar por teléfono a Don Miguel y al explicarle su petición, me ha dado permiso para: decirles su dirección y que él les va a esperar. Pueden encontrarle, si lo desean, hoy a las tres de la tarde en su casa. Estoy seguro, él les podrá ayudar, y además lo hará muy contento, pues no está muy a gusto con la jubilación, le he oído quejarse por tener demasiado tiempo libre.
Anotaron su dirección y le agradecieron las gestiones. Se acercaron a Adela y la escucharon decir, mostrándoles un volumen bastante cuidado, pero antiguo:
—Este es uno de los libros de Registros bautismales de los años, en los que supongo, mi bisabuela daría a luz a mi abuelo. Por ahora no encuentro nada de interés. Para más dificultad no han reunido los Libros de Bautismo, de todas las parroquias de Trujillo de aquella época. En realidad hay solo los de tres, trajeron esos Libros ante los daños de los sismos. Por eso están los Libros Bautismales en este archivo. De las demás, hay que consultar en los Despachos Parroquiales de cada una de ellas, si quiero llegar a alguna conclusión.
Al estar muy cerca la hora de la comida, marcharon de nuevo al Hotel. Por la tarde, dejaron a Adela proseguir con sus pesquisas en la Biblioteca Municipal. Pero ellos, habían quedado en visitar la casa de Don Miguel Ladrón de Guevara, y no querían perderse la oportunidad de hablar sobre el Manuscrito con alguien entendido.